Carlos Rivero Guillén. Gran Canaria

Kevin y Cristian eran dos hermanos de 15 y 16 años que vivían en el norte de Gran Canaria. Un día de verano se quedaron en casa de sus primos Ana y Raúl. Cuando se juntaban se creían los mejores aventureros de la tierra. Por la mañana se levantaron pronto, desayunaron, prepararon las cosas y pusieron rumbo al puerto. Aprovecharon que el vigilante de un barco estaba durmiendo en un silla, Kevin lo empujó y el hombre cayó al agua. Los cuatro corrieron y entraron en el pequeño barco que le habían robado al pobre hombre. Pusieron rumbo a cualquier lugar donde encontrar un tesoro o cualquier cosa bonita. Al cabo de unos 10 días navegando llegaron a una isla que no aparecía en el mapa, amarraron el barco al primer árbol que encontraron, se bajaron y empezaron a inspeccionar la isla. Después de caminar dos horas y media llegaron a la entrada de un bosque oscuro, se adentraron y al final de este encontraron una cueva que brillaba. Al entrar pudieron comprobar que lo brillaban eran oro y piedras bonitas. Cogieron todas las que pudieron y zarparon de nuevo hacia Gran Canaria, cogieron una marea mala por lo que tardaron cinco días más de lo que tardaron en llegar a la isla del tesoro. Cuando llegaron vieron que el barco tenía un agujero y que le estaba entrando agua. A la hora y media el barco ya estaba hundido. Llegaron a sus casas se dieron una buena ducha y corrieron al centro comercial de las arenas a comprarse muchas cosas. También compraron un barco mejor que el que le habían robado a aquel pobre hombre. Kevin fue al puerto a entregarle el barco pero el hombre dijo que no porque el quería su barco pero el hombre al ver que Kevin le daba un poco de oro junto al barco, el hombre se lo pensó y decidió aceptarlo pero con una condición que no quería volver a verle en el puerto o pasarían cosas graves. Y así Kevin y el vigilante se quedaron contentos, el chico por regalarle el barco y el hombre por tener un barco nuevo y  un poco de oro.

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