Yazmina Hernández Rivero 2ºE

Cuento tradicional

En un conocido barrio, del pueblo de Teror, llamado Los  Llanos, había un viejo estanque lleno de moho, hierbajos y plantes enredaderas preparadas para atraparte y no dejarte salir. Junto al mismo, pasaba un estrecho y difícil camino que comunicaba dos calles. A un lado del camino estaba el estanque y al otro, una finca privada llena de cabras, ovejas y grandes perros cuya función era vigilar que ningún animal se escapara y por supuesto, que nadie entrara en la finca. Aunque ellos sí podían salir. El dueño de la finca no era muy agradable ni entusiasta. Un buen día había comenzado normal como cualquier otro, yo salí a jugar por el barrio. Dicho día, decidí ir a casa de un vecino a probar su nuevo videojuego. Cometí el error de no avisar a mi madre. Precisamente, ese día un hombre que trabajaba en una edificación colindante al estanque, calló a él arrastrado por la fuerza de la carretilla que llevaba amarrada a la cintura. El hombre murió. Mi madre, que estaba en la tienda de mis abuelos, foco y origen de mil rumores diarios, oyó que una persona, no se sabía quién, había caído al estanque y había muerto. Mi madre, paralizada por la primera idea que se le estaba pasando por la cabeza, creyó que había sido yo la que había caído al estanque. Afortunadamente para mí, no fue así. Yo me encontraba en casa del vecino jugando y sin enterarme de nada. Mi pobre madre, desesperada y cegada por el miedo, salió a buscarme y todavía no sé cómo, dio conmigo. En el momento en el que me vio, tragó saliva y soltó el aire que llevaba contenido en los pulmones. Durante el camino a casa y al llegar a ésta, recibí unos buenos azotes, producto del terror y el pánico que ella había sufrido minutos antes.

Ese día fue tan distinto para las dos, aunque en sentidos muy diferentes, que creo que ninguna lo ha olvidado.

 

 

 

 

 

 

 

 

Yazmina Hernández Rivero 2ºE

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