Monólogo - Alexandra Cañada Martel

Resulta irónico el destino, ese tipo de ironía que hace daño… Que se mete en tu corazón hasta lo más profundo y no te deja respirar.

¿Quién me iba a decir hace menos de diez años, cuando paseaba por esta misma calle cogido de la mano de mi madre que todo iba a cambiar tanto? Adelina… una mujer fuerte que cuando murió mi padre alimentó y crio a sus hijos lavando la ropa y cosiendo para las vecinas. Sin embargo, a pesar de su dureza, no podré olvidar nunca su cara de tristeza y miedo cuando le dije que me marchaba a la guerra. No me puedo mentir a mí mismo, en ese momento mis ideales políticos y la lucha estaban por encima de todo. El motivo que le día a mi madre sobre conseguir una España mejor no fue más que una excusa para intentar callar mis remordimientos. La realidad es que solo quería acabar con los enemigos. ¡Qué idiota fui! Muchos me dicen que soy afortunado, que volví a casa vivo, pero no. Lo que vi en la guerra e incluso los meses en la cárcel no se comparan a lo que sentí cuando llegué a casa y supe que mi madre había muerto.

Qué tarde me he dado cuenta de que hay tiempo para todo y que hay cosas que aunque parecen importantes no lo son. Qué manera de perder un tiempo tan valioso junto a ella.


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